Esperancito cuando llegó, era pequeño y tenía el color de las hembras de su especie (Alouatta caraya), al crecer los machos van cambiando a color negro y las hembras conservan el color beige clarito.
La Historia de Esperanzo
29 de octubre de 2014, Palabra de Elba Muñoz tras su fallecimiento:
Durante 16 años vivió con nosotros. Ayer a medianoche su dulce canto se apagó. Queremos hacer un homenaje a un luchador, amoroso y amigable primate que conquistó a todos con quien compartió.
Esperanzo, un mono Aullador que disfrutó la vida, le gustaba tomar el sol, las hojas de maracuyá, las flores de hibiscus, el plátano, el pimentón verde, la uva, las hojas silvestres y tomar leche descremada con Cerelac.
Sus últimos años vivió con Lucinda, Frida y Viejita 3 monas capuchinos a las que siempre disciplinó y jugó con ellas. Se puede decir que fue un gran y fiel compañero.
Esperanzo llevó una apacible vida que sólo fue interrumpida cuando alguno de sus compañeras intentó aprovecharse de su ceguera y sacarle sus hojas para comerlas. Esperanzo siempre las pillaba y las perseguía hasta que lograba rescatar sus hojas.
Varias veces al día, cualquiera de nosotros iba a verlo y le da en la boca parte de su comida, así nos asegurábamos que comiera lo suficiente. En sus primeros años en el Centro, en la mañana y en la noche tomaba una mamadera de leche descremada con Cerelac.
Hace un par de años nos preguntamos ¿Cuántos años vivirá Esperanzo? Obviamente, sabíamos que como todas las especies de seres vivos, él tendría que morir. La especie Alouatta tiene un promedio de vida de 20 años y Esperanzo tenía alrededor de 18, pero su estado de salud era bueno, sólo arrastraba las secuelas de su enfermedad óseo metabólica y ya había perdido muchas piezas dentarias. A nivel de la columna lumbar, tenía destrucción de los cuerpos vertebrales de la 3º y 4º vertebra lumbar, tenía una osteopenia difusa y curvatura de los huesos de los brazos y las piernas. Es realmente increíble que con todos estos problemas físicos, Esperanzo siempre irradió bienestar y deseos de vivir.
Esperanzo llegó al Centro el jueves de Semana Santa de 1999. En Santiago caía una fuerte lluvia con viento que botó muchos árboles y cables del tendido eléctrico. Carabineros estaba patrullando un sector de La Reina en Santiago cuando recibió un llamado de una persona que informaba que en su jardín había un animal muy extraño.
Los carabineros que llegaron al lugar vieron a un pequeño animalito enrollado, con sus ojos cerrados y que parecía muy enfermo, no sabían lo que era y decidieron llevarlo al Zoológico Nacional.
El veterinario de turno supo que era una cría de mono Aullador, estaba en muy malas condiciones, con neumonía y diarrea, deshidratado y lo que causó mucha tristeza era que tenía sus huesos deformes y estaba casi ciego.
Le dieron los primeros auxilios y decidieron enviarlo a nuestro Centro para que recibiera una atención especializada.
Cuando la funcionaria del zoológico llegó con este pequeño monito, me lo entregó envuelto completamente en una manta y con los ojos llenos de lágrimas me dijo que pensaba que venía muerto. En el Centro ya estaban las veterinarias esperando, lo examinaron y vieron que estaba vivo pero muy enfermo, me dijeron que probablemente moriría.
Cuando lo tomé en mis brazos, lo acaricié, le hablé suavemente y para nuestra sorpresa abrió sus ojitos y comenzó a responder moviendo su cabecita rápidamente como lo hacen los monos Aulladores. Decidí colocarle de nombre Esperanzo, porque pensé que con mucho cariño y atención veterinaria podríamos sacarlo adelante.
Comenzó un tratamiento las veinticuatro horas del día, le dábamos pequeñas porciones de comida, probióticos para su sistema digestivo, sales rehidratantes cada una hora día y noche, vitaminas y mucho amor.
Recuerdo cuando llegó, era de color beige como todos las crías de su especie y tenía uno que otro pelo gris que evidenciaba que era macho y que alrededor de los tres años sería completamente negro, pasaba todo el día enrollado y cuando lo tomaba en brazos gritaba de dolor, todos los huesos le dolían. Respondió rápidamente al tratamiento. Lo examinaron médicos humanos y veterinarios, también llevé sus radiografías a una conferencia en Costa Rica y la mostré a un especialista del Wildlife Virginia Center de Estados Unidos. Todos coincidieron en que el maltrato que sufrió Esperanzo fue espantoso y uno de los peores que habían visto.
A los pocos meses de estar con nosotros, Esperanzo comenzó a trepar, se subía a las camas y pobre del que intentara bajarlo, mostraba los dientes y se hacía respetar. De a poco comenzamos a fortalecer su musculatura y al año comenzó a interactuar con otros monos. Desde entonces, cada vez que lo veíamos decaído, lo entrabamos a la casa hasta que recuperaba su buen ánimo y volvía con sus compañeros.
El hábitat de Esperanzo estaba adaptado para un mono ciego y discapacitado. Tiene una gran tarima alfombrada que termina en una escalera que lo lleva al túnel. Como Esperanzo se arrastraba para caminar, le colocamos una alfombra para que la madera no dañara sus patitas. En su hábitat todo está igual desde hace varios años ya que conocía el camino de memoria.
Cada cierto tiempo, sacábamos a Esperanzo al jardín, guardábamos a los perros grandes para que no lo molestaran y lo vigilabamos mientras caminaba arrastrándose rápidamente por el pasto, cuando ya sus músculos se ejercitaban lo suficiente, Esperanzo se atrevía a trepar por cualquier lugar, incluso a trepar un cerco y colocarse frente a las marmosets que lo miraban muy intrigados.
En su hábitat, Esperanzo recibió cuidados especializados, sobre todo en invierno, ya que sus movimientos eran limitados por su discapacidad. La estufa pasó a ser su gran aliado y sólo salía al túnel cuando había sol o el día estaba caluroso, ahí, se acostaba de espaldas y se estiraba haciendo ejercicios como si quisiera atrapar los rayos de sol en su cuerpo. Apenas lo colocábamos en el pasto, hacía lo mismo.
Agradecemos a sus padrinos, que nos ayudaron a mantener en buenas condiciones a este mono, al que siendo pequeño de tamaño por su problema óseo, siempre tuvo un corazón muy grande, tanto, como su deseo de vivir. Esperanzo fue un canto a la vida, a pesar de su gran discapacidad fue muy feliz. Siempre cariñoso, fue el único de los monos del Centro que aceptó a cualquier compañero en su grupo. Siempre y cuando, no le comiera sus hojitas.
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